Qué fue de GeoCities, el precursor de las redes sociales que democratizó Internet y abrió camino a la era actual

Qué fue de GeoCities, el precursor de las redes sociales que democratizó Internet y abrió camino a la era actual

No hay reino que dure mil años en Internet. Ni siquiera los que se fundaron, crecieron y alcanzaron sus años dorados cuando la Red era un terreno aún por explorar para la inmensa mayoría. Y para muestra un botón. O, dado el caso, GeoCities, la plataforma que quiso asimilar parte de Internet a una gigantesca metrópoli perfectamente compartimentada en distritos. Ahí es nada.

Si trasteabas con ordenadores allá por los años 90 es probable que recuerdes su nombre con una mezcla de nostalgia, angustia por el paso del tiempo y —sobre todo— dolor en las retinas.

Antes de la fiebre de los primeros blogueros y mucho antes de la irrupción de las grandes redes, GeoCities protagonizó su propia pequeña gran revolución en Internet. En cierto modo —recuerdan en How-To Geek— ayudó a democratizarla. A mediados de los 90 sus creadores ofrecieron un servicio de web hosting sencillo, práctico, que permitía publicar contenido en la Red sin necesidad de alquilar un puñado de megabytes en un servidor, una suscripción de ISP, ni saber de código HTML.

Y lo hicieron además con un estilo propio, creando comunidad en un sentido casi literal.

El gusto por los gifs y los colores estridentes

Para entenderlo hay que remontarse a los orígenes del proyecto, a 1994, cuando David Bohnett y John Rezner lanzaron en el sur de California una servicio de alojamiento y desarrollo web con el muy noventero nombre de Beverly Hills Internet (BHI). Sus creadores tenían buen olfato y no tardaron en ofrecer a usuarios sin conocimientos de HTML la posibilidad de crear y publicar sus propias páginas de inicio de forma gratuita. En resumen, dejar una pequeña huella propia con 2 MB gratis.

No solo eso. Los contenidos se organizaban de una forma tan peculiar que acabó marcando el auténtico sello distintivo de GeoCities, nombre que adoptó el proyecto en un afortunado golpe de márquetin. ¿Por qué? Pues porque precisamente así, como ciudades, con sus propios distritos, era cómo se disponían los sites. Auténticos vecindarios virtuales repartidos por comunidades.

Los contenidos sobre salud tenían “HotSprings”, los amantes de la ciencia ficción y los relatos de fantasía se movían por “Area 51”, “WestHollywood” se enfocaba a la comunidad LGTBI, “Colosseum” en el deporte y “RodeoDrive” apuntaba a las compras. Y eso por citar solo algunos ejemplos. Cada usuario (homesteader) tenía un amplio abanico de vecindarios por los que podía decantarse en función de los temas que más le interesaran. Su contenido acaba alojado al final en un barrio concreto, con su número, casi casi como una dirección postal resumida en una URL.

Si peculiar era su organización más peculiar aún resultaba su estética, con un estilo único que recordaba en cierto modo a los muros de extrarradio sobrecargados de carteles y pintadas. Platillas prefabricadas, profusión de gifs animados, gusto por los colores chillantes, contrastes que arañaban la pupila y sonidos en formato MIDI. Todo lo que hoy nos hace cerrar una web con espanto campaba a sus anchas en GeoCities. Los usuarios estaban familiarizándose con el nuevo entorno web y, ya se sabe, tocaba probarlo todo aun a riesgo de que el resultado pareciese una macedonia digital.

La propuesta gustó, en cualquier caso, y para 1997 GeoCities había ganado la suficiente parroquia para haberse colado ya en el “Top 5” de las webs más visitadas. Con el tiempo se agregaron chats, tableros de anuncios y demás elementos que reforzaron la sensación de comunidad.

A pesar de algunos movimientos que no gustaron entre sus fieles, como la incorporación de publicidad o una marca de agua que arruinaba algunos diseños, GeoCities prometía tanto que no tardó en captar el interés de uno de los grandes titanes de la Red de entonces: Yahoo! En 1999, no mucho después de su salida a bolsa con el código GCTY, la multinacional californiana se hacía con sus riendas previo desembolso de casi 3.600 millones de dólares. Aún la cifra mete respeto.

La operación no fue precisamente popular y entre los asiduos de GeoCities no gustaron ciertos términos iniciales del acuerdo referidos a los derechos y contenidos ni los cambios que Yahoo aplicó en las URL´s. El portal afrontaba sin embargo problemas más críticos. En una Red cambiante, en plena ebullición y con "la burbuja de las punto com" como telón de fondo, GeoCities no supo rentabilizar su servicio, adaptarse a los nuevos tiempos y aprovechar su enorme tirón.

Ni los 38 millones de páginas que —se calcula— acabó acogiendo a lo largo de su historia ni los intentos de Yahoo! para convertirlo en servicio de hosting premium sirvieron para despejar el futuro de GeoCities. Su complicada rentabilidad y el empuje creciente de nuevas plataformas, como Live Journal, y sobre todo las nuevas redes sociales acabaron precipitando su fin.

En abril de 2009 Yahoo! anunciaba su cierre gradual. Al menos en EEUU. En Japón se mantendría aún una década más. Acabó cerrándolo en 2019 alegando razones tecnológicas y económicas.

El cerrojazo quizás escribiera su último capítulo, pero no lo enterró en el olvido. Con los años se han sucedido esfuerzos como el de The Archive Team, Reocities o el artista Cameron Askin, que han querido preservar al menos parte de la memoria de una etapa clave en la historia de la Red.

“Fue un precursor de las redes que vendrían. Una de las cosas que me ha sorprendido es lo mucho que nos hemos alejado de aquella época. El corazón de GeoCities consistía en compartir pasiones y conocimiento con otras personas. No se trataba de lo que comías o a dónde habías viajado, sino de aprovechar tu pasión personal, unirte a una comunidad de ideas afines y compartir eso con otras personas”, reivindicaba hace poco unos de sus impulsores, David Bohnett, a Gizmodo.

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La noticia Qué fue de GeoCities, el precursor de las redes sociales que democratizó Internet y abrió camino a la era actual fue publicada originalmente en Xataka por Carlos Prego .



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